noviembre 05, 2025

Alegría vs. Felicidad

Cuándo celebrar el momento y cuándo construir sentido

Hay momentos en la vida que se sienten como un brillo corto y potente: la risa al ver a un hijo cruzar el umbral, el instante en que un brindis une miradas, la sorpresa de reencontrarse con alguien amado después de mucho tiempo. Eso, para mí, es la alegría: una emoción puntual, luminosa, a menudo ligada a circunstancias concretas. La felicidad, en cambio, tiene otro pulso: no siempre luce tan ruidosa, pero atraviesa más tiempo. Es un estado de bienestar más duradero, una suma de sentido, relación y coherencia en la vida diaria. Entre una emoción y otra, la vida es como un paseo en una montaña rusa, entre valles y colinas.


En mi trabajo —y en mi vida— he aprendido a diferenciar ambas. Llevo más de veinte años en la hotelería y, como director, estoy acostumbrado a gestionar momentos intensos: llegadas masivas, cenas que deben ser perfectas, eventos que no admiten improvisación. Esa práctica profesional me ha enseñado que la alegría puede planificarse y celebrarse; la felicidad, en cambio, requiere cultivar relaciones, prioridades y a veces renunciar a cosas inmediatas para obtener algo más profundo.


Tomemos un ejemplo cercano: mis próximas vacaciones familiares, donde celebraremos el matrimonio de mi hija mayor. Ella vive lejos y reunir a la familia para su boda no es algo que suceda sin esfuerzo. Va a haber risas, abrazos, fotos que atesoraremos, y —por supuesto— una inmensa alegría que brotará el día de la ceremonia. Sin duda, esa alegría será pura, espontánea, y valdrá cada minuto.


Sin embargo, detrás de esa alegría hay decisiones concretas: logística para que lleguen los miembros de la familia, permisos laborales, coordinación de viajes y, quizá lo más tangible, sacrificios económicos. Organizar un viaje familiar y asumir parte de los costos de una boda en la que no hemos podido participar con frecuencia por la distancia, implica priorizar —a veces recortar gastos personales o posponer proyectos— para crear un recuerdo que, a largo plazo, contribuye a nuestra felicidad. Porque esa reunión no es solo un episodio; es un gesto que fortalece lazos, que alimenta la sensación de pertenencia y que, en términos más amplios, enriquece el tejido emocional de una familia. Ahí es donde la alegría se convierte en un ladrillo de la felicidad.


Otro matiz importante: la fugacidad de la alegría no la hace menos valiosa. Esos destellos son los que rompen la rutina y nos recuerdan el por qué hacemos estos esfuerzos.

Muy en lo personal,

"pienso que cuando vea a mis tres hijas reír juntas o cuando abrace a mi esposa durante la recepción, en compañía de mi madre, sentiré que la alegría funciona como un combustible que renueva la energía para enfrentar responsabilidades, con mejor ánimo"


Y hablando de responsabilidades: apenas terminen estas vacaciones comienza la temporada de fiestas decembrinas, el período más exigente para el sector hotelero. Es allí donde mi rol se transforma: las celebraciones familiares que yo mismo disfruto por la mañana, por la tarde debo garantizar que se desarrollen con excelencia en el hotel. Eso implica planificación de menús especiales, coordinación de eventos, programación del personal, control de inventarios, seguridad y, por supuesto, mantener la experiencia del huésped en el más alto nivel. En esta época, no es raro que, entre preparativos y ejecución, las jornadas se alarguen y las decisiones difíciles aparezcan.


Conciliar ambas dimensiones —la personal y la profesional— exige estrategia. Primero, planificación con anticipación. Si sé que la boda de mi hija y las vacaciones son fechas inamovibles, trabajo para que mi equipo esté empoderado: delego, dejo protocolos claros, y confío en mandos intermedios que pueden tomar decisiones en mi ausencia. Segundo, comunicación honesta: con la familia, para acordar expectativas y límites; con el equipo, para repartir responsabilidades y reconocer el esfuerzo extra que implican las festividades. Tercero, gestión financiera proactiva: prever los costos del viaje y de la boda, ajustar presupuestos y priorizar gastos sin perder la dignidad del gesto.

Estos ejercicios no solo solucionan problemas logísticos; también hablan de un concepto esencial para la felicidad: coherencia. Si queremos que la alegría de una boda se transforme en felicidad duradera, debemos construir las condiciones para que esos momentos no nos desborden, ni a nivel económico ni emocional. La coherencia entre lo que valoramos (familia, celebración, excelencia profesional) y lo que hacemos (planificar, delegar, ahorrar) es la que permite que la alegría se convierta en recuerdo y sentido.


Además, la temporada alta trae su propio aprendizaje sobre la naturaleza de la alegría y la felicidad en el trabajo. Ver a los huéspedes disfrutar de una cena navideña bien servida, a un equipo que supera un reto con orgullo o a una familia que celebra un reencuentro, produce alegría colectiva. Pero la felicidad en el entorno laboral se logra cuando esa alegría es sostenible: cuando el equipo siente reconocimiento, cuando hay equilibrio en las cargas, cuando las políticas permiten descanso y recuperación después de la intensidad. En pocas palabras: la felicidad organizacional brota cuando cuidamos a las personas detrás del servicio.


Para quienes nos movemos entre ambos mundos, dejo tres recomendaciones prácticas, que pueden servir de lección:

  • Planifica con margen: anticipa los picos de actividad, tanto personales como laborales. Un calendario claro evita sorpresas y reduce el estrés.
  • Delegar no es renunciar: es formar. Cuando delegamos con protocolos y confianza, creces tú y crece tu equipo.
  • Mantente fiel a la idea original (conserva tu esencia) : pregúntate qué aspecto de cada evento (personal o profesional) será realmente significativo dentro de un año. Eso ayuda a priorizar.

Al final, la diferencia entre alegría y felicidad no es jerárquica: ambas son necesarias. La alegría ilumina el camino; la felicidad es la carretera que nos permite transitarlo con propósito. En mi caso, las próximas vacaciones y la boda de mi hija representan una sucesión perfecta de ambas: alegrías puntuales que, con decisiones conscientes, pasarán a formar parte de algo más grande y duradero.

Si algo me enseñó la hotelería es que las celebraciones son el resultado de muchos detalles invisibles: coordinación, sacrificio y entrega. Lo mismo sucede en la vida familiar. Cuando decidimos invertir tiempo, dinero y energía en reunirnos, estamos eligiendo construir felicidad. La alegría será la chispa —inesperada y gozosa—; la felicidad será la hoguera que alimentamos con sentido y constancia.

Te invito a que, si estás en una situación similar —una boda, un reencuentro o una temporada laboral exigente— pienses, en qué gesto hoy puede transformar una alegría pasajera en una felicidad que perdure. Y si te apetece, comparte tu experiencia en los comentarios.

Las historias de cómo organizamos vida y trabajo siempre nos enseñan más de lo que imaginamos.


PD: Pienso que después de la fiesta, podré agregar una foto ;-)

octubre 17, 2025

Hacen falta personas

El siguiente articulo es el titulo de un podcast que escuché recientemente y me pareció muy apropiado compartirlo por lo identificado que me sentí con su contenido, por los valores que nos deja en su reflexión, donde el respeto se gana, la honestidad se aprecia y la lealtad se devuelve.


En el mundo hace falta tanta empatía no sabemos que es lo que está pasando en la vida de las otras personas hasta que no nos lo dicen.

 

Así que actuemos, hablemos y estemos como si esto hará la diferencia en la vida del otro, una simple escucha, una simple palabra, un simple hombro, la simple presencia, puede ser todo para la otra persona.

 

Hacen falta personas, personas que no se imaginen las situaciones de los demás sino que las sientan como suyas.

 

Hacen falta personas, personas que cambien el lo siento por el te siento, hacen falta personas que estén consientes de que el valor de cualquiera está en lo que dice, hace, piensa, y no en su apariencia.




"lo malo será malo aunque todo mundo lo haga, y lo bueno será bueno aunque nadie lo practique"


 

Hacen falta personas que decidan cumplir con su compromiso social y utilicen sus habilidades en beneficio de la sociedad, hacen falta personas, personas buenas que salgan, que hablen, que se hagan escuchar, somos más los buenos, pero somos menos ruidosos.

 

Hacen falta personas que crean en la eficacia de uno mismo, creer que nuestros actos aunque sean los únicos, aunque seamos los únicos tienen el potencial de causar grandes impactos, de hacer la diferencia, hacen falta personas que sepan que lo malo será malo aunque todo mundo lo haga, y lo bueno será bueno aunque nadie lo practique.

 

Hacen falta personas que caigan en cuenta de una vez por todas, que todos somos eso, que todos somos personas.


El texto original pertenece a: 
Farid Dieck, psicólogo, escritor y conferencista. 

 

Conclusión: En la tierra hacen falta personas que trabajen más y critiquen menos, que construyan más y destruyan menos,

junio 10, 2025

El maestro y la lectura

 

"Maestro, he leído muchos libros... pero ya olvidé la mayoría. ¿Entonces, para qué sirve leer?" Esa fue la pregunta de un alumno curioso.




 Y el maestro... no respondió.

 

Solo lo miró en silencio.

 

Pasaron unos días.

 

Estaban sentados junto a un río.

 

De pronto, el anciano le dijo:

 

- Tengo sed. Tráeme un poco de agua... pero usa ese colador viejo que ves ahí en el suelo.

 

El alumno lo miró desconcertado.

 

Era un pedido absurdo.

 

¿Cómo iba a traer agua con un colador lleno de agujeros?

 

Pero no se atrevió a contradecirlo.

 

Tomó el colador y lo intentó.

 

Una vez.

 

Y otra.

 

Y otra más...

 

Corría, llenaba, perdía toda el agua en el camino.

 

Intentó ir más rápido.

 

Tapar los agujeros con las manos.

 

Cambiar de ángulo...

 

Nada funcionaba.

 

No podía retener ni una gota.

 

Agotado, frustrado, se sentó a los pies del maestro y dijo:

 

- Lo siento. Fracasé. Era imposible.

 

El maestro lo miró con ternura y le dijo:

 

- No has fracasado. Mira el colador.

 

El alumno lo miró.

 

Y entonces lo notó:

 

Aquel colador sucio, viejo y ennegrecido... ahora brillaba.

 

El agua, al pasar una y otra vez, lo había limpiado.

 

Y el maestro continuó:



Así es la lectura.


No importa si no recuerdas todo lo que lees.

 

No importa si el conocimiento parece escaparse de tu memoria como el agua del colador...

 

Porque mientras lees, tu mente se limpia.

 

Tu espíritu se renueva.

 

Tus ideas se oxigenan.

 

Y aunque no lo veas, te estás transformando por dentro.

 

Ese es el verdadero propósito de leer.

 

No llenar la memoria... sino limpiar el alma.

 

.- Un artículo que leí hace algún tiempo y quise compartirlo sin conocer el autor. Mientras disfrutaba la lectura de un regalo que me hiciera mi hija, llamado "Simón era su nombre" un libro de Edna Iturralde, con una increíble narrativa que ofrece un relato de la vida de Simón Bolívar, El Libertador, contado desde las voces de Hipólita a quien consideraba su madre, Manuelita su compañera y aliada política y el propio Simón durante sus últimos días en Santa Marta, Colombia.

abril 15, 2025

La diferencia que hace la diferencia: ¿Cómo algunas personas logran resultados extraordinarios con los mismos recursos?

En el mundo de la hotelería, el turismo y los servicios en general, todos trabajamos con recursos limitados: tiempo, presupuesto, talento humano, infraestructura. Sin embargo, hay personas que logran destacar, inspirar y transformar, incluso cuando parten desde el mismo punto de partida que los demás. ¿Dónde está la diferencia?




No hay una única respuesta. Pero sí existen factores que se repiten en quienes marcan la diferencia:


1. Valores y fundamentos sólidos


Muchas veces, el entorno familiar moldea la ética y la determinación. Algunos crecieron con ejemplos de esfuerzo, otros heredaron ventajas. Pero lo que realmente cuenta es lo que cada persona decide hacer con lo que tiene.


2. Pasión y convicción


Nada sustituye la pasión. Quienes aman lo que hacen, encuentran energía incluso en la rutina. Y cuando la pasión se combina con convicción, se convierte en un motor inagotable para la acción.


3. Mentalidad de crecimiento


Pensar diferente, ponerse en los zapatos del otro, atreverse a imaginar nuevas formas. La mentalidad flexible y abierta es el terreno fértil donde nacen las grandes ideas.


4. Propósito y visión clara


Tener claro el “por qué” y el “para qué” es lo que permite sostenerse en el tiempo. En hotelería, esto puede ser tan simple y tan poderoso como brindar una experiencia memorable que transforme el día —o la vida— de alguien.


5. Planificación con ejecución disciplinada


La visión sin acción es solo un sueño. Pero cuando se planifica con intención y se ejecuta con disciplina, los recursos rinden al máximo.


6. Hábitos que multiplican


El éxito está en lo que se hace todos los días. Las personas que construyen hábitos productivos consiguen que la excelencia no sea una meta, sino una costumbre.


7. Aprendizaje continuo


El mundo cambia. El cliente cambia. Nosotros también debemos cambiar. Aprender es una decisión constante y una ventaja competitiva.


8. Resiliencia y actitud positiva


Caer, aprender y levantarse. Y hacerlo con una sonrisa. Esa actitud no solo transforma resultados: transforma culturas organizacionales.


9. Apoyo y conexiones reales


Nadie llega lejos solo. Contar con personas que acompañen, reten, inspiren y ayuden hace toda la diferencia.


10. Innovación constante


Buscar nuevos enfoques, probar caminos distintos, no conformarse con lo que funciona “porque siempre se ha hecho así”. La innovación es el alma del progreso.


En resumen


No se trata de tener más recursos. Se trata de tener más propósito, pasión y perspectiva. La diferencia que hace la diferencia no está afuera, en el entorno. Está en cada uno de nosotros.